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La aventura se termina, esta es la última etapa de un precioso viaje. Circularemos por el entrañable y tipico entorno gallego, un terreno ondulado, por caminos y calzadas con poco tráfico y mucho arbolado en los que se van alternando los viñedos, los cruceiros y las pequeñas ermitas rurales. En la primera parte de la etapa circulamos por tierras de la denominación de origen Rías Baixas, donde entre otros se produce el albariño, por lo que por momentos circulamos incluso debajo de viñas. Martín y Jorge se pusieron de acuerdo y salieron temprano de Pontevedra con la furgo para dejarla en Santiago y regresar al encuentro del grupo en bici.
Etapa 7: PONTEVEDRA - SANTIAGO DE COMPOSTELA

Cruzamos la N-550 y después la autovía y a continuación iniciamos el descenso por el monte Albor a través de una senda que baja por una impresionante carballeda con el rumor del río Valga acompañándonos abajo, a la derecha. Uno de los tramos más sugerentes hasta el momento en Galicia. Desemboca en un puente de madera con banco y tejadillo al lado de las ruinas de un molino, muy apropiado para hacer un alto en el camino. En este punto nos encontramos una coche de protección civil, que también nos sellaron la credencial, y con nuestros colegas Martín y Jorge que regresaban de Santiago de dejar la furgo y que estaban sorprendidos de lo poco que nos había cundido la mañana. Por primera vez en todo el viaje los 10 pedalentes juntos continuamos en dirección Santiago.

Tras cruzar el río Valga atravesamos la localidad de S. Miguel de Valga, después nos vamos a la izquierda por una senda que nos lleva a otra carreterita local. Avanzamos a media ladera por el valle del Valga, entre cultivos y bosquetes de coníferas con varios desvíos por caminos de tierra y asfalto bien señalizados. Se pasa por las aldeas de Pedreira y Cimadevila. Esquivando el tráfico de la N-550 por carreteras y caminos vecinales, atravesamos un diseminado de casas hasta que desembocamos en la N-550 para cruzar por ella el puente sobre el río Ulla en Pontecesures, estratégico y antiquísimo vado que facilitaba la travesía de la ría de Arousa. Se sabe que en la Edad Media el maestro Mateo, el mismo del pórtico de la Gloria de la catedral de Santiago, trabajó en las mejoras del primitivo puente de piedra. Lo que ahora vemos es un viaducto relativamente nuevo, inaugurado en 1911.

Tras cruzar el río Ulla torcernos a la derecha y por la ribera del río Sar, el mismo río que pasa por Compostela y que desagua en el Ulla, llegamos Padrón, una de las villas más emblemáticas de la mitología jacobea. Es la antesala del pórtico de la Gloria y donde, según la leyenda, atracó la barca en la que sus discípulos trasladaron el cuerpo del Apóstol desde Palestina a Galicia. Padrón es una localidad agradable de calles empedradas cuyo protagonismo como capital de la comarca es algo tardío, ya que la población primitiva se asentaba en Iria Flavia, donde estuvo la sede episcopal visigoda y donde confluían dos calzadas romanas.
A continuación de Padrón, prácticamente pegados nos encontramos con Iria Flavia, en el pasado era una gran ciudad romana, con excelentes comunicaciones gracias al trazado de la vía XIX del Itinerario de Antonino y por su fácil salida hacia el mar (Ría de Arousa), situada en una rica región de enorme poblamiento de castros, fue la sede de la Diócesis. En la actualidad Iria Flavia ha sido paseada a nivel mundial por ser la cuna de Camilo José Cela. Paramos a visitar su colegiata (Santa María de Adina) pero tuvimos que esperar para entrar porque cuando llegamos se celebraba una boda, habrá que ver el reportaje fotográfico del bodorrio con unos tios en mallas de colores entre tanto traje y vestido de gala.

Continuamos la etapa esquivando el asfalto de la N-550, hasta que el Camino nos sube en ella para atravesar A Esclavitude y mostranos su suntuoso y barroco santuario mariano, levantado en el s. XVIII sobre una fuente donde tuvo lugar un milagro que motivo su construcción. En su interior se conserva un órgano de 1779. Las dos torres barrocas y gemelas recuerdan dentro de su humildad a las de la catedral de Santiago. El santuario estaba cerrado y no pudimos entrar a visitarlo. Continuamos por la nacional buscando un restaurante para avituallarnos. Paramos en el restaurante HK (Hong Kong) situado a la izquierda de la carretera cerca de una gasolinera, donde nos quitamos el hambre y la sed, incluso Martín que "dice" que no bebe alcohol, le "pegó" al tinto de verano y al orujo.
Tras desayunar en el hotel nos dirigimos al mercado municipal para deleitarnos un poco con el ambiente del mercado gallego, su marisco y su gente con ese particular modo de hablar. A continuación nos dirigimos hacia el Ponte do Burgo, el histórico puente sobre el río Lérez, sucesor de otro romano, que dio nombre y origen a Pontevedra. En el jardín de acceso está el miliario romano. Ya al otro lado del puente el Camino nos va sacando de Pontevedra, pasamos por el lugar de Ponteabras y por la iglesia de Santa María de Alba, construcción típica gallega en piedra de granito, con el clásico campanario repleto de musgo de las iglesias rurales gallegas, más un cementerio anexo, la casa rectoral y un monumento al peregrino.

Durante los primeros kilómetros adelantamos a varios grupos de peregrinos (se nota que ya nos estamos acercando a Santiago), los caminos están ya muy bien señalizados y disfrutábamos de una mañana fresquita pero agradable para pedalear, por carreteras locales asfaltadas o caminos en buen estado y siempre bordeados de las típicas casas gallegas y el verdor de sus campos. Por momentos la rueda trasera de Manolo empezó a dar problemas, primero pretendimos resolverlo solo inflando la rueda un par de veces pero nada, estaba pinchada, lo malo es que tuvimos que cambiar dos veces de cámara, además tuvimos un poco de cachondeo con los peregrinos caminantes y los sucesivos adelantamientos mutuos motivados por el diversas paradas para reparar la rueda.

Continuamos por frondosos paisajes, muchos viñedos y algún que otro hórreo; una delicia para los sentidos. Siguiendo el trazado del tren y de la N-550 el camino nos lleva hasta Tivó, después cruzamos el río Umia y entramos en Caldas de Reis que debe su nombre a un manantial de aguas termales que dio origen en época romana a la mansio Aqua Celenae. Aquí se cruzaba la calzada número XIX, la que traemos desde Braga, con la XX, conocida como Por Loca Maritima porque iba cerca de la costa. Desde entonces, Caldas fue un centro administrativo y religioso importante, sede episcopal en la España visigoda hasta que el obispado se trasladó a Iria Flavia. En época medieval, nobles y arzobispos aprovechaban sus aguas termales.

Atravesamos Caldas por la rúa Real, una bonita calle llena de edificios históricos, y después salimos a un pequeño puente del río Bernesga, un vado muy jacobeo con un cruceiro en el tajamar, tres arcos de medio punto y dos bancadas de piedra. Una fuente con tres caños completa uno de los mejores conjuntos urbanos de Caldas. A la salida de Caldas se inicia un agradable paseo por las vegas del río Bermaña, entre bosques y huertas. El Camino se estrecha y se interna en la montaña, por una zona muy bonita. Empieza poco a poco el ascenso hacia Carracedo donde nos encontramos con Santa Marina de Carracedo, un bellísimo y esbelto ejemplo de iglesia rural gallega con una torre campanario barroca rematada por un juego de bolas y un interesante cruceiro en la puerta.
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Después de cargar las bicis en la furgo y empaquetar la de Jorge, nos acomodamos en el Hotel Husa Universal 981585800, buena ubicación, recomendable. A continuación nos dispusimos a la típica rutina de las llegadas a Santiago. Paseo turístico, compra de regalos y homenaje gastronómico, rematando con unos helados y unas copichuelas de fin de fiesta y despedida en la Alameda, dando por acabado otro precioso viaje, en el que habíamos disfrutando de buena compañía, sin incidentes importantes, con una excelente climatología y por un recorrido precioso, visitando pueblos entrañables y ciudades cargadas de historia, en definitiva, otra bonita pegatina para las alforjas y otra batallita para contar.

Como había que madrugar para viajar hasta Granada al día siguiente, nos fuimos pronto a dormir y, como los de la furgo partían muy temprano, el resto bajo las maletas a la furgo antes de irse a la cama. A Manolo, Martín y Juan Pablo les tocaba conducir hasta Granada, por lo que a las seis de la mañana ya estaban levantados para emprender el camino de regreso. El resto del grupo de granadinos en avión a Málaga y coche hasta Granada. Jorge tuvo tiempo de disfrutar de otra mañana compostelana asistiendo a la misa del peregrino del Domingo a 12 en la catedral, con vuelo de botafumeiro incluido. Después comer tranquilamente y a continuación en taxi con la bici empaquetada al aeropuerto y vuelo Santiago - Palma.
Continuamos la etapa por la nacional pero la abandonamos por la dereacha para retornar al trazado original del Camino. A partir de aquí circulamos por caminos vecinales atravesando aldeas y picando siempre hacia arriba con algunos rampas importantes. Al pasar por Rúa de Francos los lugareños estaban de fiesta campestre, menos mal que nos pillaron con los estómagos llenos. Antes de alcanzar el último collado de la ruta nos paramos en Milladorio para reagruparnos. Las torres de la Catedral Compostela ya se intuían, poco después todos juntos alcanzamos el alto del monte Agro dos Monteiros, el monte do Gozo del Camino Portugués, el punto donde por fin se ve Santiago de Compostela en toda su extensión, aunque las agujas de las torres de la catedral apenas se distinguen emergiendo por encima de un mar de tejados barrocos. Solo nos quedaba unos km en bajada a Santiago y callejear por la ciudad hasta la Plaza del Obradoiro, el final de nuestro viaje.

Tras la consabidas fotos frente a la catedral fuimos a sellar la credencial y a recoger el certificado, pero alguno cometió el error de decir que llevábamos furgo de apoyo y ahí se lió, topamos con la burócrata de turno, y empezó la discusión, que quién conduce la furgo, que si no habíamos hecho los 200 últimos km en bici, vamos que se armó la marimorena pero al final nos dieron a todos el certificado, en fin, la anécdota tonta del viaje.