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Esta es la etapa más corta de la ruta, se planificó así para llegar temprano a Oporto y poder disponer de tiempo suficiente para visitar la ciudad. Como nos acercamos a una gran ciudad, el recorrido es bastante urbano, con abundante asfalto y caminos adoquinados, no obstante tiene el aliciente de pedalear por algunos tramos originales de calzada romana. Hoy conduce Pedro la furgo así que solo hay un sherpa en el grupo.
Etapa 4: OLIVEIRA de AZEMEIS - OPORTO
Hasta ahora la climatología nos está respetando y amanece otro día estupendo. El grupo hoy está más relajado consciente de que la etapa es más corta. En la esquina del hotel retomamos el Camino e iniciamos la travesía de Oliveira por la calle peatonal y comercial en torno a la que se vertebra el casco antiguo de la localidad. Dejamos a la derecha el ayuntamiento y atravesamos el parque con la Iglesia de S. Miguel y su escalinata a nuestra izquierda, para a continuación alcanzar una rotonda de la que salimos por la izquierda.

Después sigue un laberinto de calles y desvíos por zonas periurbanas imposible de seguir si no fuera por las flechas amarillas y/o el track en el gps. Martín se nos queda rezagado y en uno de esos desvíos se nos despista del grupo. Contactamos con él por el móvil y quedamos en reunirnos en el siguiente pueblo importante de la etapa S. Joáo da Madeira, un centro urbano grande y moderno, cuya principal industria es la fabricación de zapatos y sombreros. En los mercados portugueses siempre se han cotizado los chapeas de lana (sombreros de lana) de Madeira. En 1802 se estableció la primera fábrica y aún hoy produce una buena parte de los sombreros de piel, lana o paja que se fabrican en Portugal.

Nos reunimos con Martín en la iglesia de S. Joáo Baptista, ubicada en un alto de la ciudad con un pequeño parque a sus pies donde se levanta una estatua de bronce del papa Juan Pablo II. Ya todos juntos de nuevo atravesamos la ciudad por su centro urbano. Pasamos por delante de la ermita de S. Antonio y del Museo de Sombreros y a continuación la abandonamos por el barrio de Arrifana, donde nos encontramos con una bonita iglesia con fachada de azulejos que entramos a visitar (Nª Sra. da Assuçao).

Siempre por asfalto seguimos callejeando por el extraradio de la ciudad. El grupo sigue "amorcillado", seguramente contagiados de A. López que se ha equivocado esta mañana y se ha tomado un relajante en lugar de la pastilla de la tensión y el hombre va dando cabezazos en el manillar. Nos encontramos con la N-227 o Rua dos Descubrimentos y la cruzamos para acceder a una urbanización de adosados que la atravesamos a lo largo, pero ¡ah!, al final de la urbanización el Camino gira hacia la izquierda y nos ofrece un rampón de unos 500 m con un desnivel medio del 12 %. Al final de las casas entramos en una zona arbolada donde la cuesta nos da un respiro y aprevechamos la sombra para reagruparnos.

Después nos encontramos con la N-1 que la cogemos por la izquierda hasta la entrada de Malaposta, donde tomamos por la derecha una carreterita pavimentada que desemboca en un trozo de la auténtica calzada romana, con una tapia a un lado y una fila de plátanos a otro. A continuación bajamos a Ferradal y por un laberinto de calles y desvios pasamos las localidades de Lourosa y Ordem antes de llegar a Grijó donde tenemos la oportunidad de visitar el Monasterio de S. Salvador de Grijó. Aunque estaba cerrado y no era hora de visita, aprovechamos que alguien abrió una puerta y no solo nos permitió entrar sino que incluso nos sirvió de guía. La primera iglesia del monasterio fue consagrada en 1235 por el obispo de Oporto. El gran recinto conventual, era una ciudad y una unidad productiva en sí misma y contaba con todos los servicios, una auténtica estación de servicio en la ruta entre el valle del Vouga y el del Duero, en la que los viajeros encontraban comida y alojamiento para ellos y sus monturas.

Una larga recta nos saca del monasterio y de la localidad del Grijó para continuar callejeando por asfalto y empedrados en dirección a Sermonde primero y Perosinho después, a cuya salida el Camino nos depara otra agradable sorpresa: un tramo bien conservado de calzada romana que alterna trozos de subida y descansillos por un bosque de eucaliptos y pinos. Una auténtica gozada, es aquí, rodeados de árboles y, por un momento, aislados de la urbanización y el tráfico, donde mejor podemos imaginarnos a un viajero clásico camino de Cale o de Bracara Augusta por esta increíble red viaria hecha por el ser humano hace nada menos que 2.000 años.

Tras la calzada el Camino se va acercando a Oporto. Pero primero tenemos que atravesar Vila Nova de Gaia, la gran ciudad al otro lado del río Duero, convertida de hecho en una prolongación metropolitana del Gran Oporto. La atravesamos siguiendo la vieja N-1 entre una marea de coches y subiéndonos por las aceras hasta llegar al majestuoso mirador sobre la desembocadura del Duero. Ante la impresionante panorámica del río Duero, el puente de hierro y la ciudad de Oporto al otra lado del río, no nos queda más remedio que pararnos un rato a disfrutar de semejante imagen e intentar llevárnosla grabada en nuestras máquinas y camara desde todos los ángulos posibles antes de cruzar el puente para entrar en la ciudad.
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Desde la Torre dos Clérigos tuvimos la oportunidad de visionar toda la ciudad desde las alturas. En la torre volvimos a coincidir con el peregrino que conocimos ayer en Oliveira y que "decía" hacer el Camino a pie, si nuestra velecidad media fue de 13 km/h, este caminante era sorprendentemente "veloz", pues se hizo casi 50 km desde Oliveira y a las 5 de la tarde ya estaba de turismo por Oporto, vamos que ni el correcaminos de los dibujos animados.
Continuamos la visita con un paseo por el casco antiguo y sus empinadas calles. La estación de tren Sao Bento, con un impresionante hall de azulejos que recuerda la victoria de los portugueses sobre los castellanos en Aljubarrota. La Catedral, que tiene tanto de templo como de fortaleza y que simboliza el poderío de la ciudad en la Edad Media. El paseo marítimo del Duero, antiguo puerto comercial al que llegaban los barcos rabelos cargados de barricas de vinho do Pono. La praca da Ribeira y su entorno, recién restaurados, son una delicia para el visitante, que encuentra en este malecón fluvial el ambiente perfecto a cualquier hora del día. El paseo marítimo, ofrece a los visitantes gran cantidad de bares y restaurantes en cuyas terrazas se disfruta del encanto del lugar y de la imagen del hidalgo puente de hierro. Tras cenar en una de esas terrazas aprovechamos los servicios del moderno elevador de Guindáis para subir de nuevo a la ciudad y dar por concluida una estupenda e interesante visita de la gran ciudad del norte portugués.
Tras acomodarnos en Hotel Peninsular (+351 222084984, un edificio antiguo y céntrico, recomendable) nos fuimos a comer a una terraza de la praça da Liberdade. A continuación y después de una corta siesta, nos dispusimos a visitar Oporto, el Portus Cale de los romanos que dio origen al topónimo del país, es la ciudad más inclasificable de Portugal, hermosa y decadente, añeja y cosmopolita. Una urbe de contrastes donde la pobreza de las viviendas casi medievales que orlan la fachada del río convive con la opulencia elitista de la avenida dos Aliados y la praça da Liberdade, a la que se asoman bancos, palacios barrocos y entidades financieras, como el edificio neoclásico de la Bolsa, que gestionan las riquezas producidas por su pujante industria.